Dorothy Tennov, en 2005
En 1979, la
psicóloga Dorothy Tennov (1928-2007) publicó “Amor y limerencia: La experiencia
de estar enamorado.”
Fue la
primera vez que se puso nombre a un estado mental fronterizo, y en sus inicios
paralelo, con las particulares emociones del enamoramiento, y la obsesión, resultante de la atracción que se siente
por otra persona pero con una necesidad desmesurada y obsesiva de ser
correspondido.
Dorothy
Tennov señaló, entre otras características de la limerencia, los pensamientos
invasivos, la adaptación excesiva a los gustos del otro, el cambio en la
jerarquización o abandono de otros intereses y responsabilidades.
Lejos de
ser predecible o decaer, puede prolongarse incluso durante una década o más.
También me
han hablado de la limerencia como de
un estado pseudo-emocional; más similar a una adicción que a un sentimiento.
Fotografía de André Kertész. "Distorsión,
París", 1933
No he
leído el libro de la Dra. Tennov. Se ha revisado su investigación, se han
propuesto otros modelos. Parece que la
definición actual más consensuada es la de un
estado interpersonal involuntario que implica pensamientos invasivos, obsesivos
y compulsivos, sentimientos, y conductas que precisan de la percepción de una
reciprocidad emocional por parte de la persona de interés.
Puede ser
elevadamente perturbador y doloroso.
Se
continúa o añaden otros criterios, como el miedo al rechazo (con la consecuente
ocultación del sentimiento), la constante repetición de momentos vividos en
común, sentimientos de vergüenza, culpabilidad; fuerte tendencia a analizar en
exceso las conductas de la otra persona, alta sensibilidad a la búsqueda de
señales de reciprocidad…
Algunos
especialistas proponen la limerencia como el modelo de un estado “necesariamente
negativo, problemático y perjudicial, con implicaciones clínicas.”
En el
prefacio a la edición de 1999, Dorothy Tennov repetía que la limerencia no
distingue edad, cultura, sexo ni raza, y que la naturaleza de la experiencia
limerente depende de cómo se interpreten las acciones del otro.
En
posteriores revisiones, no consideraba la limerancia como un “sinónimo de encaprichamiento
o de estar enamorado. Ese puede ser el camino utilizado por aquellos que no lo
entienden, pero no es la definición técnica. La gente que no la ha
experimentado encuentra difícil concebirla.” Insistía mucho en este punto.
“Por mi definición,
la limerencia (…) es involuntaria, y su trayectoria depende en gran medida de
circunstancias externas (desde barreras sociales a una relación y la conducta
del LO [objeto limerente o persona motivo de atracción]. La atracción limerente
es siempre para una potencial pareja sexual, aunque su objetivo primario es la
reciprocidad, no el acto sexual, que con
frecuencia es más simbólico de mutualidad que un fin en sí mismo.”
Fotografía: Página de Causa No más maltrato
Desde la cuna recibimos múltiples mensajes dirigidos a controlar
o modelar nuestro mundo emocional, nuestra sexualidad y sus conductas. Con
restricciones, con permisos parciales, con obligaciones, con presiones sutiles
o descarnadas: quién, cuándo, cómo, qué, dónde, cuánto, cuántos.
El impacto de la adolescencia y sus extrañezas, que nos empuja a
un lugar incomprensible, nos aturde.
La pseudo-adolescencia se retrasa en los adultos jóvenes: ¿quién
no escucha o lee a diario sentencias
como “mi vida no tiene sentido sin ti”, “si supieras cómo sufro”, “sólo tú”,
“es mi alma gemela pero no lo sabe”…? ¿Podemos hablar de amor? Suenan más bien a limitaciones y distorsiones.
El amor tiene su punto de obsesión, desde luego. Sobre todo en
los inicios, en el encuentro: ¿cómo dejar de pensar en esa criatura maravillosa
que acabamos de conocer, que nos gusta
por “lo que sea”, no necesariamente por su inteligencia, su físico o su sonrisa,
y de la que en realidad no sabemos nada? Los biólogos conocen los mecanismos;
los bioquímicos, perfectamente sus procesos.
“No hacerme daño” y “no dañar” deberían ser las luces rojas en
este estallido de goce, de incendio, para no convertirse en limerencia, o en un pensamiento obsesivo patológico, entre
otros posibles.
Es verdad que somos producto de muchas intervenciones, que esto
no es como comprar jamón york, “póngame cuarto, trescientos…”. Pero hay un
abanico, una “ventana” de nuestra elección, en que ya es nuestra
responsabilidad, en que a ver qué
elegimos.
Hay un caso en que esto no sea posible: la duración
del duelo, bien por rupturas, bien
por la muerte de alguien significativo.
Pintura de Francine Van Hove
Desde el pequeño inicio del itinerario de los cincuenta, vamos
teniendo claro que nuestro amor más grande es para nosotras mismas.
Nuestro mundo ya hace tiempo que es un universo, nuestro
universo, con las puertas, estrellas y estancias que queramos.
Que nadie va a decirnos qué es la sorpresa del amor, cómo
cuidarlo, entenderlo; qué desear, vivir, apoyar, sentir. Con quién o
quiénes.
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