domingo, 6 de septiembre de 2015

Dorothy Tennov y su concepto “limerencia”

Dorothy Tennov, en 2005

En 1979, la psicóloga Dorothy Tennov (1928-2007) publicó “Amor y limerencia: La experiencia de estar enamorado.”
Fue la primera vez que se puso nombre a un estado mental fronterizo, y en sus inicios paralelo, con las particulares emociones del enamoramiento, y la obsesión, resultante de la atracción que se siente por otra persona pero con una necesidad desmesurada y obsesiva de ser correspondido.

Dorothy Tennov  señaló, entre otras características de la  limerencia, los pensamientos invasivos, la adaptación excesiva a los gustos del otro, el cambio en la jerarquización o abandono de otros intereses y responsabilidades.
Lejos de ser predecible o decaer, puede prolongarse incluso durante una década o más.
También me han hablado de la limerencia como de un estado pseudo-emocional; más similar a una adicción que a un sentimiento.

Fotografía de André Kertész. "Distorsión, París", 1933

No he leído el libro de la Dra. Tennov. Se ha revisado su investigación, se han propuesto otros modelos. Parece que la definición actual más consensuada es la de  un estado interpersonal involuntario que implica pensamientos invasivos, obsesivos y compulsivos, sentimientos, y conductas que precisan de la percepción de una reciprocidad emocional por parte de la persona de interés.
Puede ser elevadamente perturbador y doloroso.

Se continúa o añaden otros criterios, como el miedo al rechazo (con la consecuente ocultación del sentimiento), la constante repetición de momentos vividos en común, sentimientos de vergüenza, culpabilidad; fuerte tendencia a analizar en exceso las conductas de la otra persona, alta sensibilidad a la búsqueda de señales de reciprocidad…

Algunos especialistas proponen la limerencia como el modelo de un estado “necesariamente negativo, problemático y perjudicial, con implicaciones clínicas.”


En el prefacio a la edición de 1999, Dorothy Tennov repetía que la limerencia no distingue edad, cultura, sexo ni raza, y que la naturaleza de la experiencia limerente depende de cómo se interpreten las acciones del otro.

En posteriores revisiones, no consideraba la limerancia como un “sinónimo de encaprichamiento o de estar enamorado. Ese puede ser el camino utilizado por aquellos que no lo entienden, pero no es la definición técnica. La gente que no la ha experimentado encuentra difícil concebirla.” Insistía mucho en este punto.
“Por mi definición, la limerencia (…) es involuntaria, y su trayectoria depende en gran medida de circunstancias externas (desde barreras sociales a una relación y la conducta del LO [objeto limerente o persona motivo de atracción]. La atracción limerente es siempre para una potencial pareja sexual, aunque su objetivo primario es la reciprocidad, no el acto sexual,  que con frecuencia es más simbólico de mutualidad que un fin en sí mismo.”


Fotografía: Página de Causa No más maltrato

Desde la cuna recibimos múltiples mensajes dirigidos a controlar o modelar nuestro mundo emocional, nuestra sexualidad y sus conductas. Con restricciones, con permisos parciales, con obligaciones, con presiones sutiles o descarnadas: quién, cuándo, cómo, qué, dónde, cuánto, cuántos.

El impacto de la adolescencia y sus extrañezas, que nos empuja a un lugar incomprensible, nos aturde.
La pseudo-adolescencia se retrasa en los adultos jóvenes: ¿quién no escucha o lee a diario sentencias como “mi vida no tiene sentido sin ti”, “si supieras cómo sufro”, “sólo tú”, “es mi alma gemela pero no lo sabe”…? ¿Podemos hablar de amor? Suenan más bien a limitaciones y distorsiones.


El amor tiene su punto de obsesión, desde luego. Sobre todo en los inicios, en el encuentro: ¿cómo dejar de pensar en esa criatura maravillosa que acabamos de conocer, que nos gusta por “lo que sea”, no necesariamente por su inteligencia, su físico o su sonrisa, y de la que en realidad no sabemos nada? Los biólogos conocen los mecanismos; los bioquímicos, perfectamente sus procesos. 
“No hacerme daño” y “no dañar” deberían ser las luces rojas en este estallido de goce, de incendio, para no convertirse en limerencia,  o en un pensamiento obsesivo patológico, entre otros posibles.

Es verdad que somos producto de muchas intervenciones, que esto no es como comprar jamón york, “póngame cuarto, trescientos…”. Pero hay un abanico, una “ventana” de nuestra elección, en que ya es nuestra responsabilidad, en que a ver qué elegimos.
Hay un caso en que esto no sea posible: la duración del duelo, bien por rupturas, bien por la muerte de alguien significativo.

Pintura de Francine Van Hove

Desde el pequeño inicio del itinerario de los cincuenta, vamos teniendo claro que nuestro amor más grande es para nosotras mismas.
Nuestro mundo ya hace tiempo que es un universo, nuestro universo, con las puertas, estrellas y estancias que queramos.
Que nadie va a decirnos qué es la sorpresa del amor, cómo cuidarlo, entenderlo; qué desear, vivir, apoyar, sentir. Con quién o quiénes.

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