“Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia”. Simón Weil.
Albert Camus dijo de ella:
“Desde Marx (…) el
pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más
penetrante ni profético”.
La figura de Simone Weil
emerge de su filosofía tanto como desde su activismo social, sindical y
político, pero, sobre todo, de su concepción plenamente coherente entre su
vida y su pensamiento.
Se alistó en las Brigadas
Internacionales durante la guerra civil española, fue voluntaria y combatiente
anarquista en el frente de Aragón bajo las órdenes de Durruti.
Más idealista que pragmática,
se sintió profundamente decepcionada al comprobar que también en su bando se
cometían barbaridades.
Su carácter era firme y a la
vez contradictorio, siempre en busca de la Verdad como pensadora y comprometida
con la acción en su vertiente revolucionaria.
Le obsesionaba la desigualdad
social, el sufrimiento de los demás antes que el suyo propio.
Trascendió íntimamente su
condición de mujer desde su complejo universo filosófico, ontológico y
político, preocupada por la libertad y la dominación de clase, así como
sensible con el dolor y la belleza.
Su teodicea y misticismo la
condujeron a vivencias “sobrenaturales”.
Pensaba de y desde la acción,
su actitud no fue meramente contemplativa.
Su vida breve transcurrió en
sociedades patriarcales, las mismas que existen hasta ahora mismo, y
en esos ámbitos las mujeres filósofas eran ninguneadas y descalificadas.
Aún hoy parece que la
brillante capacidad intelectual y el mundo del pensamiento es cosa de hombres;
sin embargo, sensibilidad y pensamiento han de ir unidos para alcanzar lo
sublime.
Weil dejó una obra abundante
que Camus publicó en su mayor parte, quizá de otra manera no hubiese llegado
hasta nosotros, pues en su tiempo no despertaba gran interés.
La filosofía weiliana va más
allá del heroísmo y el sacrificio, mucho más allá de su fuerte apariencia de
fragilidad.
Caminó profusos mapas
espirituales y mentales, dejando la huella de la genialidad de un ser tocado
por lo profundo fértil.
Murió a los 34 años, en plena
consonancia con sus ideas hasta el final.
Enferma de tuberculosis, no
quiso ser tratada con medicamentos que no estuvieran al alcance de los más
desfavorecidos.
Murió o se dejó morir, tras
una intensa y corta vida donde la ubicuidad de su idealismo la acompañó hasta
su último instante vulnerable.