viernes, 30 de diciembre de 2016

Diario de una hipo-pótama (5). Navidades, tiroideas y máquinas de coser.


Navidades.
Fiestas. Familia.
Pues sí.
Familia.

No preguntéis: acabé durmiendo la Nochebuena con mi madre.
Como lo leéis. 

Son cosa de la intendencia de las fiestas, el mal menor: había que elegir entre montar un lío de camas y sofás para que cupiésemos todos, mover a mi padre de su cuarto, que casi se nos pierde para ir al baño que lo tiene enfrente… o sacrificarme yo, cual Helena de Troya.
Preferí Troya, claro. 

Omito detalles. Sólo diré que, cuando alcancé la cama, mi madre dormía como un afilador que duerme pero bien.
Con los cascos puestos. Con la radio a toda pastilla.
Hice malabarismos para no despertarla, que dice que duerme mal. Agarraba el aparatito de marras como si fuese la llave que abre el Banco de España. Al final, acerté (con máximo sigilo) a desconectar los cascos e incluso a dar con el off del bicho.

Y todo fue bien. Hasta las 6 de la mañana.
La gata decidió que ya era hora de confiar en mí e intimar, y colocó sus kilillos en mi espalda, que se ve que estaba calentita.
Mi madre no se movió, pero habló: 
-¿Estás despierta, hija?
-No.

Estrella de Navidad de Lola Derek



-He dormido fatal –me dijo tras oírme trastear con unas estupendas galletas María.
En nada, ya estaba en forma, repitiendo por enésima vez historias familiares. La dureza de la vida en el campo, la falta de medios. Marchar a Madrid, donde conoció a mi padre...

Pero en medio de los lugares comunes, más de 50 años después de mi nacimiento, conocí otro dato de la boda de mis padres: una máquina de coser.
Sí, la dote, unos miles de pesetas que hoy no alcanzaría para el fin de semana de muchos, se completó con una máquina de coser. Esa máquina de coser que he visto desde pequeña. Esa máquina que soy incapaz de poner en marcha sola, y más vale que me espabile, porque mi madre está más cerca de los 90 que de los 80.

Mi madre, mujer inteligentísima que debió haber estudiado.
Pregunté tímidamente si con el dinero de la máquina de coser (y la dote) no habría podido estudiar.
Tardó en responder. –Mi tío [y aquí siempre cita a un hombre que fue una institución en la familia] quería llevarme con él a Barcelona, pero…

Luego pasó cortar el queso, preparar la mesa, vigilar el horno, los niños… la Navidad.
-¿Lo tuyo no es cáncer, no? No me lo estarás ocultando…
De vez en cuando saca el tema, para asegurarse.

Y yo vueeelvo a decirle que no, aunque sé que me entendió perfectamente el primer día que le expliqué mi hipertiroidismo; a pesar de los 15 milicuries de Yodo 131; a pesar de que lo ha mirado todo-todo en su enciclopedia.

Aunque le diga que ¡por fin!, después de 15 meses, la TSH, la T3 y la T4 se han puesto de acuerdo y han firmado un pacto, sí: las tres, por primera vez, están en límites normales. Veremos en cinco meses...

El año termina; es sólo una ilusión de tiempo.
La vida continúa.

Seamos optimistas.
No preguntéis.

Incluso, tal vez, no luchéis.


Estrella de Navidad del blog "Guía de Manualidades"


Me pareció divertido titular estas entradas así, "Diario de una hipo-pótama", creyendo
que hipopótamo venía del griego hypo (debajo) y potamos (río).
Algo así como debajo del agua, que es como nos sentimos las mujeres
muchas veces (en temas de salud, p.ej.)
Pero no: viene de hippos (caballo).
O sea, que me siento como un caballo de río.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Ella dice, nosotras decimos: "La máquina de abrazar". Asun Blanco Cobelo.




Me dan miedo los humanos… pero necesito sentir.

Sentir un abrazo. Sentir que algo me envuelve, me resguarda, me protege. Como cuando era niña y rodaba sin freno por aquella suave pendiente de hierba. Girar y girar con la caricia de la tierra sobre mi cuerpo.

Me dan miedo los humanos, pero necesito sentir.

Os sonará raro. Pero nací así. Extraña. Diferente. Y sé lo que siento aunque ni yo misma sea capaz de comprenderlo. No estoy loca, no soy tonta. Sólo quizá, desafortunada por no ser como los demás. Como los demás. Y pagar por ello el alto precio de pertenecer a una minoría.

Ya no me importa. Viajo sola.

Terminé la carrera de físicas para ser capaz de entender porque mis pies se sujetan solos al suelo. Para entender por qué no puedo volar. Eso me intrigaba. Ahora sé, que quizá, no tenga importancia saberlo.

Me construí una máquina. Para eso sí me sirvieron los estudios. Una máquina de abrazar. Me hace sentir bien. Me arropa y el miedo desaparece. Tampoco tengo explicación para ello.

Y vosotros, decidme, vosotros que vivís cómodos dentro de lo que sois porque sois como la mayoría ¿entendéis todo lo que sentís?, ¿sabéis explicaros vuestras sonrisas, vuestros miedos, vuestras dudas, vuestras lágrimas…?, ¿cuál es el cuento que os contaron para no sentiros raros?

Me dan miedo los humanos. Sus palabras llenas de razones me confunden pero es el ruido de sus voces lo que me asusta. Me construí una máquina.

Mi madre lee en el periódico que una chica transexual ha sido asesinada. Porque sí. Porque también era de una minoría, como yo, y sentía sin sabérselo explicar, y a los que se lo saben explicar todo les pareció mal.

Le hubiera regalado mi máquina de abrazar. Pero es tarde.



Temple Grandin, mujer, universitaria, autista. Se construyó una máquina de dar abrazos. El resto ha sido invención mía.

Es muy difícil vivir perteneciendo a una minoría. A cualquier minoría. Porque la mayoría otorga una sensación de falso poder: Somos muchos y por lo tanto tenemos razón. Somos muchos y por lo tanto tenemos fuerza. Los que no son como nosotros quedan fuera.

Como nosotros, pero… ¿quién dicta ese como nosotros?, ¿quién puede elegir dónde le adscriben?, ¿quién puede escoger cómo siente?


A veces, a mí también me dan miedo los humanos.



© Asun Blanco Cobelo
Twitter: @abcobelo